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CUCHARA DE PALO


El médico, el peor paciente

Hay un dicho español que señala que “en casa de herrero, cuchillo de palo”. En medicina podríamos decir que “en casa de médico, poca ciencia”. Muchos médicos se resisten a reconocer que están enfermos. Y, cuando lo admiten, bien se resisten a ser tratados por otros compañeros, porque se creen autosuficientes; o pueden aceptar que el médico es otro, pero cuestionando todas las decisiones. Por tanto, podemos afirmar que, muchas veces, el médico es el peor paciente.
Para poder tratar a un paciente es fundamental que exista una distancia emocional, y de acuerdo con esta máxima no es aconsejable que un médico trate a sus allegados más cercanos. La cercanía puede hacer que se pierda la objetividad de dos maneras. Una es intentando tranquilizar. “Ese dolor abdominal no es nada”, aunque haya datos objetivos de peritonismo. Los familiares esperan que su hermano o padre médico les calme, que les pase la mano por encima y que con eso se resuelva el problema. Seguramente ese mismo médico en urgencias, ante un dolor abdominal similar, pero en un desconocido, actuaría de otra forma.



Pero también se puede perder la objetividad con las personas cercanas a la inversa, es decir, aplicando el alarmismo. Ante el mínimo síntoma el médico piensa que su hijo tiene una meningitis, o que su padre tiene cáncer de pulmón, y es capaz de activar a todos sus compañeros y de conseguir que se realicen todas las pruebas diligentemente para confirmar su sospecha. Estas dos formas de actuar, la tranquilizadora y la alarmista, conforman el famoso “síndrome del recomendado”, que básicamente consiste en no proceder con los allegados como con el resto de pacientes, lo que aumenta las probabilidades de que se produzca un error médico.
Cuando el médico es paciente, estos dos mecanismos también se despiertan. El que tiene tendencia a minimizar las cosas, no se realiza las pruebas y no acude a las consultas. En definitiva, evita ser paciente. Por otro lado, tenemos al médico que se asusta, que  está encima de cada detalle y que cuestiona las actuaciones de sus compañeros, con lo incómodo que esto puede resultar. ¿Cuál es el peor paciente? Los dos. El primero porque puede retrasar un diagnóstico o no cumplir adecuadamente el tratamiento. Y también el segundo porque, además del riesgo que supone realizar excesivas pruebas, muchas veces supone un verdadero incordio para los compañeros.



Más allá de las dificultades que ponen muchos médicos cuando son pacientes, pasar por la experiencia de ser paciente puede ser positiva.  Cuando estamos con la bata blanca y tenemos el poder de la receta o del bisturí, no somos conscientes de lo relevante que es nuestra actuación para los enfermos. No sólo si recetamos un hipotensor u otro, si realizamos una laparotomía o una laparoscopia. Cualquier detalle resulta clave para el paciente: cómo les hablamos, el lenguaje no verbal, las facilidades que les damos para el seguimiento de su enfermedad, si notan que nos preocupamos por lo que les sucede, etcétera.
En la película El Doctor (1991) el Dr. Jack MacKee (William Hurt) es un arrogante cirujano, frío y distante con sus enfermos. Lo que más le preocupa es su carrera profesional. Cuando le diagnostican un cáncer de laringe, el Dr. MacKee pasa a ser paciente, cruza la orilla y será un enfermo más. Quiere que se haga todo rápido y que, además, le traten bien. Pero se encuentra ante un sistema abarrotado y con una absurda burocracia: pruebas en ocasiones humillantes, esperas interminables y una añadida incertidumbre por doquier. Conocedor del sistema desde el “otro lado”, la angustia y el miedo, antes ajenas, se presentan repentinamente. El guión de la película está basado en el libro del Dr. Edward Rosenbaum “A taste of my own medicine: when the doctor is the patient” (Probando mi propia medicina: cuando el médico es el paciente). Cuando el Dr. Rosenbaum se jubiló le diagnosticaron un cáncer de laringe. En el libro repasa los sentimientos que tuvo durante todo el proceso y su vivencia de la enfermedad, además de criticar un sistema sanitario sobrecargado, burocratizado y deshumanizado.




La experiencia de ser pacientes les lleva al Dr. MacKee en la ficción, y al Dr. Rosenbaum en la vida real, a replantearse su visión del médico y de la medicina. En El Doctor, cuando el Dr. MacKee se recupera y vuelve a ejercer la medicina, lo primero que hace con sus residentes es hacerles pasar por pacientes durante unos días en el hospital. Llevarán las batas de los enfermos, comerán lo que comen los enfermos, soportarán las rutinas del hospital y les realizarán las pruebas que ellos mismos solicitan para los enfermos. De esa manera, cuando ejerzan la medicina, sabrán lo que se siente "al otro lado". Y tal vez así no llegarán a convertirse en el arrogante Dr. MacKee.

El herrero español es un zapatero en inglés: “the shoemaker's son always goes barefoot”; es decir, el hijo del zapatero siempre va descalzo. ¿Es el médico el peor paciente? Muchas veces sí, bien por una tendencia a evitar ser enfermos o porque se convierten en fiscalizadores de toda actuación médica. Para que no sea así, lo más importante es confiar, ponerse en las manos de compañeros que son tan válidos, o incluso más, que nosotros. Si no nos gusta que se cuestione nuestra competencia, tampoco es bueno que cuestionemos la de los demás.  Y un consejo final: si tenemos la desgracia de cruzar de lado, aprovechemos para saber qué se siente siendo enfermos, para cuando nos toque volver a la consulta.




Esperamos que comprendáis nuestra postura; así, intentar doctorarse en internet con problemas de salud, os acarreará ignorancia y malas decisiones. Hay que saber buscar y aprender a dilucidar lo principal de lo accesorio. 

OFTALMÓLOGO ESTEPONA





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